En enero de 2006, Jesús Badenes, director general de librerías del
grupo Planeta, anunció, ante los estudiantes del Máster de Edición de la
Universidad Autónoma de Barcelona, un desolador pronóstico: “el libro
tiende a ser visto cada vez más como entretenimiento y no como bien
cultural”. La separación, cada vez más acusada, entre estos dos
aspectos que opone Badenes, empuja al mundo literario a un maniqueísmo
que beneficia a iniciativas sectarias y endogámicas, mientras que
perjudica al camino más seminal e independiente de la escritura: aquél
que en su texto, “Un narrador en la intimidad”, Roberto Bolaño define
con lucidez: “En mi cocina literaria ideal vive un guerrero, al que
algunas voces (voces sin cuerpo ni sombra) llaman escritor. Este
guerrero está siempre luchando. Sabe que al final, haga lo que haga,
será derrotado. Sin embargo recorre la cocina literaria, que es de
cemento, y se enfrenta a su oponente sin dar ni pedir cuentas”.
Visto lo visto, es un alivio saber que, un año después de
los augurios del señor Badenes, una editorial - Seix Barral –
perteneciente al grupo que él representa, haya decidido publicar una
novela como “La ofensa”, del asturiano Ricardo
Menéndez Salmón (Gijón, 1971). “La ofensa” no nace de ese costumbrismo
sentimental y ramplón que campa a sus anchas por la novela española
actual; ni tampoco de esa narrativa pop y chisposa que se cree a sí
misma provocativa y epatante. No, nada de eso. La escritura de Menéndez
Salmón surge de donde ha surgido siempre la mejor literatura: de la
necesidad de responder a las grandes preguntas que plantean la vida y
el mundo en que vivimos. De esa misma necesidad surgen las obras de
autores como Kafka, Onetti o Faulkner, referentes (entre otros)
reconocidos por el autor asturiano y vislumbrados en las páginas
escritas por él.
En el capítulo que cierra la primera parte de las 3 que
componen la novela, el narrador se hace una serie de preguntas
trascendentes a la vez que decisivas para Kurt, el protagonista de “La ofensa”.
Preguntas que uno no puede dejar de ver como vitales para el
nacimiento de la novela: “¿Cómo reacciona el cuerpo de un hombre ante
la presencia del horror? (...) ¿Pero puede un cuerpo dimitir de la
realidad? (...) ¿Puede un cuerpo olvidarse de sí mismo?” Así pues, en
un intento de responder a esas preguntas, “La ofensa”
relata la crónica de un viaje iniciático y terrible: el de su
protagonista Kurt (llamado así en claro homenaje al Kurtz de Conrad,
otro maestro indiscutible), un pacífico sastre pequeñoburgués, hasta el
corazón oscuro del nazismo desde que es reclamado a filas por el
ejército alemán. Salmón nos narra con clarividencia cómo el horror se
las arregla para ser natural entre la ciudadanía. Es imposible, a este
respecto, no recordar al arquitecto oficial del III Reich, Albert
Speer, cuando en sus memorias reconoce lo fácil que era en los inicios
simpatizar con la causa de Hitler. Una vez atrapado Kurt en la telaraña
nazi, lo que Salmón nos ofrece es un magnífico ejemplo de integración
entre bien cultural y entretenimiento. Sin embargo no dejará nunca de
ser ésta una discusión bizantina, pues lo realmente importante en “La
ofensa” es la confirmación de un autor que labrándose libro a libro (“Los arrebatados”, “Los caballos azules” o “La noche feroz”)
y premio a premio (“Juan Rulfo” o “Casino de Mieres”) ha desembocado
en una escritura rigurosa y arriesgada (oficio y arte) y que esquiva y
se resiste a ese diagnóstico tan certero que el crítico Ignacio
Echevarría describe en su libro “Trayecto”(Editorial Debate): La
narrativa de un país, en sus capas más visibles, se nutre en su mayor
parte de libros más o menos convencionales que satisfacen las
expectativas de una mayoría de lectores educados pero no demasiado
exigentes, para los que la literatura es sobre todo una vía de
esparcimiento. Son libros a menudo honestos, escritos con decoro por
profesionales del oficio que aciertan a conectar con una
sentimentalidad más o menos estereotipada, cultivando la sensibilidad
del lector y, acaso, dilatando el territorio de la misma, a fuerza de
interesar a ese lector por ciertas complejidades del corazón, ciertas
retorceduras en las conductas humanas, ciertos malentendidos en las
relaciones de pareja, determinados hechos del pasado, algunas
cuestiones candentes de la realidad social en la que vive.
Si volvemos a los avatares de Kurt y, en concreto, a la
resolución definitiva de su experiencia, comprobaremos la capacidad de
Menéndez Salmón para evitar coqueteos y amabilidades con el lector. Es
tal el peso de las grandes preguntas que acaban imponiendo, en nuestro
afán por responderlas, una perseverante inquietud y un continuo
desasosiego. Sin embargo, de ambas sensaciones se alimentan la rabia y
el deseo por escribir. “La ofensa” deja en quien la lee una huella
enigmática y desasosegante. De la misma naturaleza que “El corazón de
las tinieblas” del ya citado Conrad y que “Estrella distante” del
también mentado Roberto Bolaño.
Sólo por las 3 últimas páginas merece la pena leerse este libro, son de un ingenio repugnante y de una antihumanidad lacerante.
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