El punto más
débil del daguerrotipo era la imposibilidad de sacar copias, por lo que se
producen innovaciones técnicas que permitirán la copia de una placa original,
destacando el calotipo o talbotipo, procedimiento que posibilitaba multiplicar
las imágenes partiendo de un negativo de papel, lo que implementó enormemente
la industria fotográfica e inauguró el verdadero futuro de este arte: la
obtención de millares de copias de una sola toma. Igualmente en el decenio de
1850, se daría un paso más en la modernización fotográfica: las placas de
cristal utilizadas serían sensibilizadas con colodión, lo que equivalía a
reducir el tiempo de exposición a sólo dos segundos, ofreciendo las imágenes un
resultado espectacular por su gran nitidez. Finalizando dicha década, el
procedimiento denominado del colodión seco finiquitaría con el engorro que
suponía el hecho de tener que sensibilizar la placa pocos minutos antes del
disparo fotográfico, pues las placas podían almacenarse durante meses, estando
disponibles en cualquier momento. El ahorro de tiempo y la comodidad para el
profesional eran algo evidente.
Empero, la
práctica fotográfica era todavía un oficio pesado -y pesaroso- cuando el
operador decidía abandonar las cuatro paredes del estudio y se decidía a tomar
placas al aire libre. En esos casos, debía transportar un voluminoso y pesado
instrumental que cargaba a lomos de una caballeriza, o bien introducía en
carros-laboratorio, ya que era indispensable arramblar con la totalidad del
material, viajando por si fuera poco por los tortuosos caminos que vertebraban
la piel de toro. Empiezan a fotografiarse paisajes, vistas monumentales de
ciudades y obras de arte, siempre repitiendo los códigos narrativos impuestos
por la pintura, que eran asumidos sin discusión por los profesionales de la
fotografía antes de ser trasvasados a las placas que tomaban.
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