El mes de junio, todos los diarios del planeta sacaban el portada el
nombre y el cargo que en 1972 tenía Garganta Profunda. Corroborado más
tarde por el propio diario, la fuente era Mark Felt, de 91 años de edad,
que, en los meses en que el Post publicaba todo lo que conseguía
averiguar sobre las escuchas de los republicanos, era el número dos del
FBI. Bob Woodward y Carl Bernstein, los dos periodistas del Post juraron
que nunca revelarían la identidad de su fuente hasta que ésta muriera y
la verdad es que estaban cumpliendo su palabra hasta que Felt apareció
en las páginas de Vanity Fair, situación que llevó al Post a entrar en
acción, confirmando que la identidad de Garganta Profunda era cierta,
Mark Felt era quien se reunía con Woodward para llevarle por el buen
camino.
El escándalo que acabó obligando a Richard Nixon a dimitir de su
cargo de presidente de los Estados Unidos el 8 de agosto de 1974 salió a
la luz la noche del 17 de junio de 1972, en plena campaña electoral,
con la detención de cinco hombres en el complejo Watergate de la capital
norteamericana, en las oficinas que el Partido Demócrata tenía en el
edificio. El caso inédito de que un presidente dimitiera causó tal
estupor en EEUU que rápidamente fue llevado al cine por dos de sus
estrellas: Robert Redford y Dustin Hoffman en el papel de Woodward y
Bernstein, respectivamente, además de Jason Robards como el carismático
director de The Washington Post, Ben Bradlee, que se llevó el Oscar al
mejor actor de reparto en la ceremonia de 1976. Dirigido por Alan J.
Pakula, el film, basado en el libro que dio el Premio Pullitzer a los
dos periodistas, “Todos Los Hombres Del Presidente”, comienza igual:
Woodward recibe una llamada temprana en su diminuto apartamento a las
afueras de Washington D.C., al otro lado de la línea está el redactor
jefe que le ordena ir cuanto antes a los juzgados, ya que Al Lewis,
veterano reportero nocturno del diario, ha estado en el Hotel Watergate y
se ha enterado del arresto de cinco hombres que se encontraban en las
oficinas del Comité Nacional del Partido Demócrata. Woodward acepta
refunfuñando (era un sábado por la mañana temprano) y se acerca a los
juzgados donde descubre que los cinco tipos, provistos de guantes de
goma, equipo fotográfico y diversos mecanismos de escucha, estaban
siendo acusados de allanamiento para “robar documentos, pinchar
teléfonos e instalar escuchas electrónicas”.
A primera vista, se trataba de un grupo de “fontaneros” –como se
conocía a los que hacían el trabajo sucio de la Casa Blanca, pero más
tarde Woodward escuchó que uno de ellos, James McCord, se declaraba ex
agente de la CIA y funcionario de seguridad del Comité para la
Reelección del presidente Nixon, algo que dejó al reportero fuera de
lugar (en aquellos años, escuchar el nombre de CIA echaba a temblar a
cualquiera y no menos a un reportero de calle de veintitantos años).
Después de su regreso a la redacción y de informar al redactor jefe
Harry Rosenfeld (interpretado por Jack Warden), éste le pasó los datos
de Woodward a Howard Simons, digamos el brazo derecho de Bradlee,
(interpretado por Martin Balsam). Los dos se reunieron en el despacho de
Bradlee (excelente Jason Robards) y decidieron que tanto Woodward como
Bernstein se hicieran cargo del caso. En el film se puede ver cómo
Hoffman recoge los papeles mecanografiados por Redford para retocarlos y
éste se levanta de su mesa para reprochárselo. Hoffman le dice que no
está bien redactado y Redford le contesta que sólo debía de habérselos
pedido. En ese momento llega Rosenfeld y les ordena que sigan el caso.
La mirada entre los dos reporteros muestra la escasa simpatía que
sentían el uno por el otro, especialmente Woodward (Redford), aunque la
peligrosa y larga investigación les unirá en una buena amistad.
Durante el film, el espectador ve cómo Woodward recibe mensajes en el
The New York Times, diario al que estaba suscrito, de su fuente anónima
llamada por él mismo como Garganta Profunda, en honor al film
pornográfico que se había estrenado ese mismo año y que había causado
gran impacto. En una secuencia se ve a Woodward hablando con Garganta
(interpretado en el film por Hal Halbrook, aunque no se le ve la cara)
en un aparcamiento subterráneo de la capital. Garganta le irá guiando
pero sin decirle demasiado hasta que en uno de los encuentros, con un
Woodward ya agobiado por el caso, le aconseja que “siga el dinero”, cosa
que harán los dos reporteros. Bernstein se desplaza a Miami para hablar
con un oficinista en una secuencia en la cual Hoffman al ver que la
secretaria de dicho empleado le da largas, se marcha y desde un teléfono
público la llama haciéndose pasar por alguien de la empresa para que
vaya, en ese momento Bernstein se cuela en el despacho y consigue un
cheque de un donativo para la campaña de Nixon con el nombre de un señor
que había asegurado por teléfono a Woodward que lo había enviado al
comité de reelección. “Sigue el dinero”.
En otra escena, Bernstein, a altas horas de la noche, consigue
ponerse en contacto telefónico con el fiscal general, quien en un
arrebato de ira por cómo iba avanzando el caso, amenaza a la dueña del
Washington Post, Katharine Graham (personaje que no aparece en la
película), con “pillarse las tetas con la máquina de escribir”. La
tensión del film va creciendo conforme la investigación va llegando a su
final, un final que en la película se ve cómo Nixon habla por la
televisión sobre su próxima victoria mientras Bernstein y Woodward
escriben en sus máquinas de escribir los artículos que le obligarán a
dimitir.
la película y el libro van de la mano, de echo este libro es el guión de
la película y basicamente no hay ninguna diferencia, así que amigos,
disfrutad del mayor escandalo político destapado de todos los tiempos. Y
digo el mayor... porque salió a la luz, que seguramente haya trapos
sucios de mayor calado, como la muerte de keneddy, como el reinado de
los bush, y vete a saber si obama es realmente negro... hasta aquí puedo
escribir.... para que el fbi no detecte mi solitario y aislado blog, y
lo autodestruya en menos tiempo de lo que tarda jhon wayne en llevarse
la mano al paquete. oh right.
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