lunes, 23 de julio de 2012

edward hopper

El primer contacto con algunos pintores que se van a incrustar en tu retina y en tu alma para el resto de tu existencia se lo debo al cine. Descubrí en la niñez a Van Gogh con el rostro anguloso, el hoyuelo en la barbilla, la mirada febril y el cabello teñido de Kirk Douglas en el loco del pelo rojo. Las figuras en descomposición retorcidas por el sufrimiento, monstruosas, de Francis Bacon, acompañadas por el sonido desgarrado, lírico y trígico de Gato Barbieri, en los títulos de crédito  al comienzo de Último tango en París.
Pero la primera y conmocionante vez que observé en un catálogo, en una reproducción o en un libro, las pinturas de Edward Hopper sentí que ya conocía ese universo, esa luz, esa atmósfera, esos paisajes, ese misterio, ese estado de ánimo. Me lo había mostrado el cine en muchas ocasiones. Pretenciosa o suavemente, de forma ostentosa o sutil, contándome historias tristes y desasosegantes, de imposible final feliz, hablándome de soledades y del silencio, de ambientes, actitudes y sentimientos familiarizados con la desolación y resignados ante ella. Lo que no podía imaginar es que esos directores, guionistas, iluminadores y fotógrafos habían mamado del intransferible mundo de un pintor genial. Incluso me atreveré a afirmar que hay una música, mayoritariamente de jazz, que también suena a Hopper. En baladas de coltrane, de Miles Davis, de Gerry Mulligan y de Stan Getz, en la voz susurrante y fantasmal del ya desdentado y desahuciado yonqui chet baker, tal vez enlos pianos de monk y de Evans. Es un mundo trágico y a la vez hermoso. De almas perdidas. También puede dar miedo esa tristeza, ese mutismo, esas miradas perdidas. Es peligrosa la excesiva identificación emocional con Hopper. Pero es maravilloso para lamerse las heridas demasiado profundas, las que no puedes, ni sabes, ni quieres comunicar a nadie. Ocurre no solo observando esos seres vivos que parecen muertos. También con los paisajes, las gasolineras, los moteles, los puentes, las casas, los teatros, los cines.
Alguien me concede el privilegio de poder acceder a la exposición de Hopper en el museo thysen, con algunos cuadros que todavía no han sido expuestos y de los que solo ves su fotografía, en un espacio casi desierto que parece milagroso, sin prisas ni colas, para ti solo, acompañado de la explicación, los datos y la narrativa magistral de Tomás Llorens, un hombre tranquilo y profundamente educado que parece saber infinitas cosas del pintor y de su expresividad.

Pero sí están muchas de sus desoladas mujeres (casi siempre utilizó a su esposa como modelo), desnudas o vestidas, acompañadas por hombres (aunque no les sirva de mucho) o solas, mirando nadie sabe qué por la ventana o simplemente el vacío, en sus casas, en el pórtico, en hoteles sombríos, en cafés, en teatros, con alguna maleta cerca. ¿Acaban de llegar o van a irse? ¿De dónde vienen? ¿Qué ha ocurrido en su vida? ¿Qué piensan, qué sienten, qué recuerdan? ¿Han amado, se han sentido amadas alguna vez? ¿Han conocido la pérdida, la traición o el abandono? ¿O solo están abrumadas por el fardo grisáceo que impone la vida? Seguro que tienen pasado, pero ¿existe para ellas el presente, poseen futuro?
Salgo en estado de flotación del museo. También emocionado. Preguntándome por la relación íntima que has establecido ancestralmente con algunos pintores. Los comprendes, te hipnotizan, los sientes y te sirven en cualquier época de tu vida. Es un amor a perpetuidad.
 Nació en Nyack, NY, en 1882 y murió en Nueva York en 1967.  Era un hombre introvertido, de largos silencios, reflexivo, culto y poco social.

 En 1900 Hopper entra en la New York School of Art. Más tarde forma parte de la Escuela Ashcan (*).

En 1906, viaja a Europa por primera vez. En París, experimentará con formas cercanas a las técnicas usadas por los impresionistas. En 1907 visita Londres, Berlín y Bruselas.
En 1909, durante una segunda estancia en París de seis meses, comienza a forjarse el estilo personal e inconfundible de Hopper.
En 1910 realiza su tercer y último viaje a París y a España. Aprende de Degas el rebuscado juego entre luces y sombras y la descripción de los interiores y  perfecciona este técnica en este  último viaje a Europa. Y mientras se consolidaban el fauvismo, el cubismo y el arte abstracto, Hopper sigue sintiéndose más atraído por los impresionistas y por su admirado Goya.
 A su regreso a EE.UU. empieza a trabajar en temas relacionados con la vida cotidiana estadounidense.
Entre los temas elegidos, abundan las representaciones de imágenes urbanas de Nueva York y de los acantilados y playas de Nueva Inglaterra.

En 1918 se convierte en uno de los primeros integrantes del Whitney Studio Club, el centro más dinámico para los artistas independientes de la época.
Entre 1915 y 1923 abandona temporalmente la pintura, dedicándose a nuevas formas expresivas como el grabado. Realiza una exposición de acuarelas (1923) y otra de lienzos (1924) que le consagran como un autor de referencia de los realistas que pintaban escenas estadounidenses.
En 1933 el Museo de Arte Moderno de Nueva York le consagró la primera retrospectiva, y en 1950, el Whitney Museum la segunda.

La utilización de ciertos recursos cinematográficos en las obras de pintor pueden apreciarse en películas como "Scarface" ( Howard Hawks, 1932), "Psicosis" ( Alfred Hitchcock, 1960), "Terciopelo azul" ( David Linch, 1986) o "Mi vida sin mi" de Isabel Coixet.

Hopper muere el 15 de mayo de 1967 en su estudio neoyorquino, cerca de Washington Square
el pintor, para mi gusto más realista de los estados unidos.
 

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