lunes, 1 de octubre de 2012

la noche del cazador

1955. usa. drama. director: charles laughton. 93 minutos.  reparto: robert mitchum, billy chaplin, sally ann bruce, llialm gish, peter graves.
sinopsis: Tras realizar un atraco en el que han muerto dos personas, Ben Harper regresa a su casa y esconde el botín confiando el secreto a sus hijos. En la cárcel, antes de ser ejecutado, comparte celda con Harry Powell y en sueños habla del dinero. Tras ser puesto en libertad, Powell, obsesionado por apoderarse del botín, va al pueblo de Harper, enamora a su viuda y se casa con ella.

La maestría de esta genial película no solo radica en su música y sus imágenes poéticas, en su belleza indiscutible o en su oscuridad, radica en lo heterogénea que es. Una mezcla de thriller gótico (pero en la América profunda) con referencias a los cuentos de hadas (Hansel y Gretel), al cine mudo de Griffith (no es casual la presencia de Lillian Gish) o al fanatismo religioso y la crueldad infantil. Todos esos temas surgen en apenas hora y media de puro cine. Muchos dicen que cae en el ridículo, pero es que la película se desliza por el territorio onírico y se convierte en un cuento con niños y ogro. Todos los efectismos están plenamente justificados gracias al magnífico guión, al montaje y a la prodigiosa interpretación de Robert Mitchum como predicador fanático y divertidamente malvado. Es una verdadera maravilla que en el cine americano de los 50 se pudiese rodar una película tan llena de significados (incluso referencias bíblicas) y tan bella y poética ( la poesía o la sutilidad reflexiva eran más propias del cine europeo de la época) . El precio fue alto: un inmercecido fracaso de público y crítica y el perdernos otras películas que ese gran actor llamado Charles Laughton podría haber dirigido. Una pena, pero siempre nos quedará esta maravilla para ver en una oscura noche veraniega.

 tensión, eso son matices, sino que los caballos van al trote como si fueran de cartón, y las persecuciones son lentas porque el mundo es para siempre y en ellas no se corre, se resbala. La muerte se presenta como un espectro de una extraña belleza de trazo grueso, sin detalle; melancólica pero no traumática.

Es curioso que Laughton odiara a los niños porque supo retratar perfectamente la onírica visión del mundo que, desde la infancia, se tiene de las cosas. Un mundo de juguete, con agitados estanques de colores en lugar de ríos y telones oscuros con purpurina suplantando la estrellada y eterna noche del cazador. Y es que a veces la película parece transcurrir en la habitación de un niño, tal es el efecto de los decorados o localizaciones, y no en un campo o en un pueblo sureño.

Y por supuesto, los malos son tipos que saltan y chillan como monos.

Esa visión maniquea de las cosas es propia de la infancia. Los malos, muy malos; los buenos... muy buenos. Pero no se nos presenta con moralina, creo yo, sino con mordacidad. La visión de alguien que retrata con nostalgia el encanto de la infancia pero que a la vez tenía alergia a los niños. Y eso no es contradictorio, es una evolución natural del cínico hacia la resignación del que reclama la sencillez de la infancia aún sabiendo que ese plazo caduco lleva el germen de la depravación, la incoherencia, el puritanismo y la codicia.

No es moralina ensalzar a los niños, por tanto, todo lo contrario. Porque la mejor forma de mostrar el sinsentido de los adultos es hacerlo desde el esquematismo infantil y el esquematismo de ese sur arquetípico. Pero en esa sencillez hay una mirada burlona, obscena, cínica, a la degeneración del paso del tiempo que nos convierte en viejos obsesionados con los juguetes del dinero, el sexo y el perdón de los pecados. Amén. No es Mitchum (y lo que representa) el único que sale escaldado en esta cinta.

Por todo ello, Laughton no ensalza la niñez por moralina, creo yo. Lo hace más bien por resignación. De hecho, ni siquiera creo que la ensalce propiamente hablando. Y es que creo que es un reflejo de escepticismo coñón lo que se dibuja en la mirada perdida de Lillian Gish al final de la cinta. Un reflejo que no es de Gish, sino de Laughton; un reflejo que configura el edulcorado speech final como broma última. Como ridiculización de la visión adulta que considera la infancia una esperanza.


Laughton no presenta la niñez como esperanza, sino como inevitable período de incubación.
 Tras esa frase en una secuencia introducida con vaselina en el inicio de "La noche del cazador" ya nos avisa Laughton de lo infame que llegará a ser su propuesta durante todo su transcurso: Moralina barata por doquier y muchos diálogos escupidos por sus personajes que no son más que un cúmulo de memeces adosadas al guión para que este pueda transcurrir con total normalidad.
Eso sí, lo único salvable que hallo en su guión es su planteamiento, porque tanto su transcurso como ese absurdo y lamentable final (a la escenita del niño me remito) son algo verdaderamente mediocre, solo salvable por su fotografía (que, sin ningún tipo de remordimiento, se podría decir que es lo mejor del film) y por alguna que otra secuencia rodada con determinada maña por el nefasto Laughton que, por suerte, tras este esperpento dejó la dirección para dedicarse a otra cosa, pues se ve que en su día si no recibías los aplausos suficientes, lo mejor era dejarlo y no seguir luchando por el sueño de uno mismo. Cosa que dice mucho del tipejo en cuestión, y también de la película. ¿Un film que ni siquiera fue aplaudido en su epoca y que ahora es considerado un absoluto e indiscutible clásico? ¿como se come eso? No se come, es sencillamente indigerible.

Y no por la casposidad de la interpretación de Mitchum, que sólo tiene un par de destellos de lucidez en todo el film, ni por ese montaje tan cutre e infame que consiste en meter con vaselina (sí, sí, demasiada vaselina en la cinta) cortinillas y fundidos al final de cada secuencia, aunque ello hiciese parecer que poseían un aire descuidado, inacabado, ni tan siquiera por los fallos de raccord que contiene el film de marras (como en su inicio, cuando tras oir las puertas de los coches policiales, se vuelven a oir sirenas y puertas de nuevo ¿?), seguramente por ese mensaje sobre la infancia y sus niños, un mensaje tan cogido con pinzas como lo que supone esta tontería en sí.
Tampoco se libra de tener secuencias incomprensiblemente bobaliconas y tontas, u otras tan mal rodadas como interpretadas (el momento en el cual Mitchum da una explicación sobre las marcas en sus puños es realmente deplorable), o de esa execrable moralina que nos habla sobre el bien y el mal como si nos hallásemos en un episodio de, no sé... ¿Las tortugas ninja? Por poner un ejemplo, de entre tantos otros.
Eso sí, ahora esta crítica será lapidada como tantas otras que difaman sobre la excelsa obra maestra de Laughton, y yo pienso en lo que gozaré imaginando las caras de los seguidores acérrimos a esta obra cuando lean lo escrito. En ello y nada más, y no porque sencillamente se tendrán que contentar con darle al no, sino porque mi infecta (para ellos, evidentemente) opinión seguirá estando aquí, y seguirá siendo una molestia para su vista, y yo me regodearé como nunca lo he hecho, igual que lo hice tras saber que el tal Laughton nunca más volvió a dirigir, pero bueno, como ya he dicho, un tipo que traicionaba tan pronto su sueño, no merece menos.

Esta película no admite medias tintas. La habré viso casi una decena de veces; las primeras me encantaba, las siguientes me parecían una infantilada tonta, y las dos últimas he comprobado que es un milagro inimitable.

El secreto de esta película es volver a la infancia. Charles Laughton la rodó en el ocaso de su vida, cuando uno ya no necesita demostrar nada. Así que se retrotrajo desprejuiciadamente a la niñez y filmó un cuento terrible con la estética de un cuento de hadas, pero en vez de en un mundo fantástico lo pone en la tierra.

Hay constantes referencias cuentistas. Promesa solemne, niños que huyen, lobo feroz, hada madrina, sapos y conejos, etc. Hasta hay un guiño a Frankenstein.

Pero ya digo, esto sólo se puede disfrutar desde la infancia. Algo sólo reservado a los niños, y a los que comprenden que el secreto de la vida es intentar volver a serlo.

El cuento no es terrible porque dé susto, sino porque los cuentos de hadas son más reales de lo que la gente cree. Por eso a esta película, o la amas o la odias.
 Érase una vez dos niños que perdieron a su padre (ejecutado por tratar de asegurar el porvenir de su progenie, en tiempos de miseria y depresión, con un dinero manchado de sangre, un dinero maldito) y a su madre (devorada por el ogro predicante, el hermoso y falsísimo profeta). Dos niños que se enfrentan a una fuga lineal e inexorable y se encuentran, al fin, con un hada buena y candorosa, armada hasta los dientes y con trazas de abuelita universal.

Robert Mitchum nos regala una estampa memorable, una voz espléndida y una actuación en cierto modo sobrevalorada. El resto del reparto nos sirve para aderezar una narración que no es cine de actores, sino de encuadres y sueños infantiles (los animales, la torpeza temible del monstruo perseguidor, su proximidad amenazante, la sensación de huida sin descanso y el miedo a las tinieblas: ¿no viene acaso el ogro por la noche?).

La iluminación resulta en ocasiones bastante incoherente (¿a qué buscarle coherencia a lo soñado por un crío?); los personajes podrían ser fantasmas sin sustancia, deformados y excesivos en su irrealidad de monigotes. ¿Y qué importa?

Como diría Borges, no hay secuencia que no depare alguna felicidad (la madre en el río, con el cabello ondulante; la magia en los encuadres sorprendentes; el duelo de melodías entre el ogro y la abuelita, y un interminable etcétera que animo a degustar viendo la película de cabo a rabo, con el alma avizor y libre de prejuicios materiales).

¿La presencia del bien y del mal? ¿De una cierta moralina? ¿De un código ético más allá de toda discusión…? ¿No es ése el hábitat del niño que se inicia en los meandros de la vida social y colectiva?

¿No son las pesadillas puro miedo entre las sombras y verdades afiladas como navajazos?

La historia no es redonda. Es imperfecta, incoherente, desmañada, absurda, inexplicable. Lo mismo que la infancia.
 Eso de las películas a veces es por el momento en que te pillan. A saber: yo con 18 años, en casa de mis padres. Sola. Una noche de verano, ventanas abiertas. Calor aliviado con pequeñas ráfagas de aire y un poco de S3 (colonia). Me duermo en el sofá. El silencio solo cortado con el ruido de los televisores de los vecinos que se oyen de lejos y el de mi propio televisor. Me despierto y empieza cine-club. Que dan? "la noche del cazador". Nunca habia oido hablar de ella. A ver que tal. Empieza. Las imagenes poéticas empiezan a desfilar no sólo ante mis ojos, sino que se instalan en mi alma. Para siempre. A partir de ese dia amo el cine.
 Película curiosa, original y atrevida que plantea una idiosincrasia o personalidad perfectamente posible, la de un predicador evangélico, a la vez asesino de mujeres, ladrón, y ¿cómo no? amante fervoroso del "money" (dinero). Todo hecho con gran temperamento creativo, muy bien filmado, mejor conducido y desarrollado, sabiendo lograr un continua impresión de pavor e interés por cada tramo de la historia.

No falta tensión, sospecha, temor, persecusión y algún que otro susto psicológico.

Robert Mitchum, evidentemente ha dejado hitos magníficos de interpretaciones contrapuestas a lo largo de su carrera. Por ejemplo, he aquí su excelente hacer metiéndose de lleno en este personaje religioso enajenado y a la par asesino inmisericorde de víctimas débiles, que tiene su contrario o contrapuesto en el papel de maestro noble, sereno, culto, amante, sacrificado incluso por la persona que lo traiciona, en el filme "La hija de Ryan" de David Lean, G.B., 1970.

"La noche del cazador" es una película que puede considerarse con toda razón como una pieza notable, por su manera magistral de crear esa atmósfera cinematográfica donde los espectadores pierden la paz y se sienten sobresaltados, nerviosos, pasmados ante el espanto, y todo a base de una historia cuyo foco principal parte de la vieja sabiduría según la cual las apariencias engañan y a la gente no hay que juzgarla por su palabras sagradas o condición superficialmente respetable sino por sus hechos.

¡Ojo con el cristiano, con el religioso, con la persona cuya boca habitualmente está llena de Dios; pero que paralelamente siempre luce ávido por descubrir "dónde está el dinero"!
bendita oferta de cine a un euro en alcampo. La noche del cazador, es una película que se sale de la normalidad. Para empezar tenemos al actor charles laughton metido a director. personalmente siempre me gustó, tiene papeles en películas de hitchcock, cómo posada jamaica, o sale también en espartaco. Lo tenemos aquí en labores de director, y lo hace genial, consiguiendo unos planos logradisimos. Hicthcock decía de el, que era un bufón metido a actor, pero sin saber como era su carácter, dicen que histriónico pues aqui hace un gran labor. La noche del cazador es una peli que tiene cientos de lecturas, yo hago la mía. Es un cuento infantil, pero muy maduro y sobre todo muy crudo. Charles laughton apesar de la crudeza del cuento, nos permite vislumbrar en la historia un rayo de esperanza, que es la infancia, segun él si la base del árbol es buena no se puede torcer, y pone al mundo real al que se enfrentarán los niños del fúturo a los pies de los caballos, asesinatos, salvajismo. Así tenemos un curioso paralelismo tenemos a robert mitchum comportandose cómo un niño, y tenemos al niño comportandose como un adulto, es interesante, cruel, algo moralista, pero no sé si una obra maestra o no, pero una peli a tener en cuenta, seguro.

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