domingo, 2 de marzo de 2014

la ciudad frans masereel

La ciudad es uno de los libros que más ha influido en el cómic y la novela gráfica del siglo xx. Esta novela sin palabras, publicada en 1925, fue realizada con grabados en madera y ha sido considerada por artistas como Will Eisner una obra maestra absoluta del arte del pasado siglo. Como dice Paco Roca: ''La ciudad'' de Frans Maserel es una mancha negra, siniestra y hostil, en la que, con su certero trazo blanco da luz al puzzle humano que se mueve en la oscuridad. Con un dibujo potente y actual dibuja una sociedad en la que podemos reconocer las mismas pasiones que mueven la nuestra.
La ciudad es uno de los libros que más ha influido en el cómic y la novela gráfica del siglo xx. Esta novela sin palabras, publicada en 1925, fue realizada con grabados en madera y ha sido considerada por artistas como Will Eisner una obra maestra absoluta del arte del pasado siglo.
Masereel representa escenas de la vida cotidiana de una ciudad enmohecida por el hollín de las fábricas y la oscuridad de la pobreza. Este ambiente contrasta con el brillo y la majestuosidad de las zonas ricas de la misma urbe. Hombres de capa y sombrero, obreros de rostros enjutos, prostitutas y damas de la alta sociedad son parte de los habitantes de este libro.
Frans Masereel (Blankenberge, Bélgica, 1889 - Avignon, Francia, 1972).
Este artista fue uno de los más importantes creadores en el campo de la xilografía. Destacado pacifista, trató con frecuencia temas de interés social.
Nació en el seno de una familia burguesa de Gante y estudió en la Academia de Bellas Artes de esa ciudad. Hacia 1910 viajó a París donde descubrió el arte del grabado sobre madera. A comienzos de la Primera Guerra Mundial, para evitar ser movilizado, se instaló en Ginebra. Allí entabló relación con intelectuales pacifistas como Stefan Zweig y Romain Rolland, cuyas obras ilustró, y colaboró en periódicos como La Feuille.
Durante los años 20 y 30 se posicionó con claridad a favor de la Unión Soviética y participó en numerosas actividades de signo pacifista y antifascista. Tras la Segunda Guerra Mundial fijó su residencia en París y, en 1949, en Niza.
Publicó varias novelas sin palabras, utilizando solo grabados: Mon Livre d’heures (1919), Un fait divers (1920), Souvenirs de mon pays (1921). Entre todas ellas destaca La cité (1925).
 Qué unió a gente tan variopinta como Thomas Mann, George Grosz, Stephen Zweig, Hermann Hesse, Art Spiegelman, Will Eisner o Romain Rolland? La pasión por la obra de frans masereel (Blankenberge, Bélgica, 1889 – Aviñón, Francia, 1972), uno de los más grandes creadores de su generación —la de la primera y segunda décadas del siglo XX— a quien sin embargo la Historia (oficial) del Arte decidió no reservarle una casilla de honor.
Sí lo haría, curiosamente, la Historia del Cómic, cuyos autores, manuales, clasificaciones y recordatorios han coincidido de manera recurrente en concederle todos los honores. Entre ellos, el de considerarle el precursor de un subgénero fascinante, incrustado allá en el cruce de caminos entre la literatura, el cine y la ilustración: la llamada novela en imágenes, a su vez inspiradora de las hoy muy en boga novelas gráficas, aunque sin bocadillos de texto ni viñetas al uso.
La reciente publicación de la ciudad , joya de misterio, angustia y precisión y una de las obras cumbre en la producción gráfica de Masereel, recupera la figura de este electrón libre del mundo de la narración a través de la imagen. A sus 36 años, este pacifista convencido, enamorado perdidamente de la obra de Goya y nacido en el seno de una acomodada familia de Gante, ya había firmado varias obras maestras: Mon livre d’heures (1919), Un fait divers (1920) y Souvenirs de mon pays (1921), entre otros títulos, aunque nada de ello, ni siquiera la relación personal con artistas y escritores consagrados como Grosz o Mann, le habían catapultado a la fama. En todas esas obras, pero de manera destacada en la escalofriante La cité (La ciudad, 1925) Masereel bebe de las amargas fuentes temáticas del expresionismo: angustia, soledad, miseria, rebelión, violencia, sexo, muerte. También de sus fuentes estéticas. Tanto, que Masereel podría haber sido uno más en las paredes de los abundantes museos y exposiciones a la mayor gloria de dioses del expresionismo alemán como Kirchner, Meidner, Pechstein o Heckel. Quizá le faltó a Frans Masereel militar en las filas de movimientos serios como Die Brücke o Der Blaue Reiter en lugar de dedicarse a colaborar en periódicos de Ginebra y París y exhibir, a partir de los años treinta, una indisimulada fascinación por el comunismo de los sóviets.
Pero el caso es que la dimensión de algunos de sus trabajos —y desde luego el escalofriante La ciudad— nada tiene que envidiar, bien al contrario, a los de alguien como Ernst Ludwig Kirchner, quien, como él, engrandeció técnicas como el grabado en madera o la xilografía, aprendidas en el París de principios de siglo.
Un libro como La ciudad y, en general, la obra de Masereel, ha de ser enmarcada en el concepto de lo que el estadounidense Will Eisner, el creador de The Spirit, llamó en su día el arte secuencial (El cómic y el arte secuencial, libro de referencia para cualquiera que quiera entender por fin y para siempre la dimensión del cómic como medio de expresión).





También ha de quedar constatada la clara influencia del cine mudo expresionista en la obra de Masereel: es imposible separar los grabados en madera ejecutados por Masereel para La ciudad con las imágenes de películas como El gabinete del doctor Caligari, de Robert Wiene (1920) o el Nosferatu, de Murnau (1922). Por no hablar de la que sin duda observa unos paralelismos más evidentes ya no con el estilo sino con la temática de este libro: Metrópolis, dirigida por Fritz Lang. Pero aquí habría que hablar de influencias a la inversa: la legendaria sinfonía urbana de Lang fue rodada en 1927, es decir, dos años después de la publicación de La ciudad y cuando las pinturas y los grabados de Kirchner eran ya unos clásicos.
El hecho de que, por regla general, los libros de imágenes de Masereel estuvieran vertebrados a razón de una obra por página, como si fueran fotogramas si se van pasando a toda velocidad, no hace más que reforzar esa relación de cercanía con el cine. No por casualidad, le preguntaron a Thomas Mann en 1919 cuál era la película que más le había impresionado hasta la fecha, y el autor de La montaña mágica contestó que Mon libre d’heures, de Frans Masereel… que no era ninguna película sino un libro, un libro que el propio Mann acabaría prologando.
Dueño de un universo tan tenebroso como fiel a la realidad social y política del período de entreguerras, y tan horrible como fascinante, Frans Masereel brinda en este libro, La ciudad, el desolador retrato de lo mejor y de lo peor de que es capaz el ser humano. Es, en ese sentido, un autor de una modernidad que no se agota.
No hay textos, para qué. Tan solo un dantesco blanco y negro para plasmar en toda su crudeza la violencia física y psicológica, la miseria frente a la opulencia, las putas bajo su yugo y las señoronas bajo sus sombreros, y el hollín tiñendo de negro las fábricas y las ventanas de las casas de los pobres.
La ciudad según Masereel tiene ya 87 años, pero sigue vigente. Es lo que, entre otras cosas, define a las obras maestras: la perdurabilidad de su discurso.
La ciudad................... Es problablemente el mejor cómic de la historia, muy enraizado con el cine mudo, te vienen a la cabeza el gabinete, nosferatu, el acorazado potemkim,,,,, estas tres pelis, tengo pensado hacer reseña de ellas.
Es un cómic sin palabras, de un blanco y negro.... de unas viñetas hipnóticas casi diría yo, que no te dejan indiferente, de una fuerza brutal. Cuenta la historia de una ciudad, desde los ricachones, hasta los más pobres, con sus tiendas, sus fábricas.... la ciudad, un microcosmos, repleto de pequeñas historias y frustraciones, reino de la incomunicación.
La revolución industrial, el nacimiento de las clases diferenciadas, los sueños, las frustraciones, el nacimiento del capitalismo, todo y más en este enorme trabajo.

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